Somos una idea que te enamora de colombia


Cantadoras del pacífico colombiano, comprometidas con sus regiones

Lucho Brala era un cununero mayor en Timbiquí. Y cuando le sobrevinieron unas convulsiones que lo dejaron muy mal, fue llevado en avión a Cali.

Cuentan en Timbiquí que Brala sufría de algún tipo de discapacidad cognitiva y que por eso convulsionaba, pero nadie notaba nada porque cuando tomaba un tambor del Pacífico hacía vibrar el alma de los que lo oían.

No volvió vivo. Regresó en un barco que salió de Buenaventura y que llegó al embarcadero de la población caucana al final de una tarde de sábado.

Lo esperaban los timbiquireños, especialmente mujeres que iban y venían del embarcadero, pendientes de su llegada, todas vestidas de negro.

Y también, por cosas de la vida y seguramente de lo mágico del Pacífico colombiano, donde la muerte tiene otra connotación, lo esperaban unas 30 cantadoras que estaban allí en una reunión de la Red de Cantadoras del Pacífico Sur.

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Las cantadoras se reunieron no solo para intercambiar su sabiduría musical, sino para empoderarse. Son controladoras en sus regiones.

Ellas lo recibieron con sus cantos y alabaos, lo acompañaron en una pequeña procesión hasta la casa de su hermana, a unas dos cuadras, donde fue el velorio, y no lo abandonaron en toda la noche.

Sobra decir que no pararon de cantar alabaos para que su alma se pudiera ir libre y tranquila.

Y al día siguiente, estas mujeres estuvieron listas muy temprano para seguir en su encuentro, que tuvo además el apoyo de organizaciones como Manos Visibles (en cabeza de Paula Marcela Moreno, exministra de Cultura) y Usaid (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional).

No tenían asomo de cansancio porque en ese Pacífico selvático, lleno de ríos y bañado por un mar maravilloso, ellas son quienes sostienen los velorios, ayudan al fallecido y les dan valor a sus deudos con sus cantos.

Tres días antes habían llegado a Timbiquí para distintas jornadas, que incluían además la grabación de un demo y un trabajo de empoderamiento.

En este último tema, otra cantadora timbiquireña, Nidia Góngora, tuvo mucho que decirles.

Porque Góngora, quien ha recorrido mucho mundo como cantadora, tiene el equilibrio perfecto entre el circuito comercial de la música y los escenarios y la tradición.

Lo último, por supuesto, es lo más importante para ella. Y por eso, unas veces con zapatos y otras descalza, les hablaba de la importancia de su legado y también de que la música puede mejorarles su calidad de vida.

Góngora organizó además un canto nocturno para recorrer Timbiquí. Les avisó a los amigos que veía en la calle, y ella misma tocó un cununo, instrumento fundamental en el grupo de marimba de chonta.

La siguieron otros músicos, y entre ellos la cantadora Martha Balanta, de 55 años, un ser que cada segundo se gana una milésima de vida.

Hace unos años sufrió un derrame, y en avión la llevaron a Popayán. En la capital caucana le hicieron dos operaciones, pero algo salió mal y de su cabeza salen gotas de sangre. “No he podido volver al médico, porque es en Popayán –cuenta– y me toca levantarme todos los días a buscarme la vida para mí y mis seis hijos”.

Sus ojos, en un momento, pierden el brillo. Pero basta que un canto del Pacífico se le atraviese en la garganta (un alabao, un arrullo) para que tenga una especie de trance y baile y cante sin parar.

Sobra decir que no pararon de cantar alabaos para que su alma se pudiera ir libre y tranquila.

Y al día siguiente, estas mujeres estuvieron listas muy temprano para seguir en su encuentro, que tuvo además el apoyo de organizaciones como Manos Visibles (en cabeza de Paula Marcela Moreno, exministra de Cultura) y Usaid (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional).

No tenían asomo de cansancio porque en ese Pacífico selvático, lleno de ríos y bañado por un mar maravilloso, ellas son quienes sostienen los velorios, ayudan al fallecido y les dan valor a sus deudos con sus cantos.

Tres días antes habían llegado a Timbiquí para distintas jornadas, que incluían además la grabación de un demo y un trabajo de empoderamiento.

En este último tema, otra cantadora timbiquireña, Nidia Góngora, tuvo mucho que decirles.

Porque Góngora, quien ha recorrido mucho mundo como cantadora, tiene el equilibrio perfecto entre el circuito comercial de la música y los escenarios y la tradición.

Lo último, por supuesto, es lo más importante para ella. Y por eso, unas veces con zapatos y otras descalza, les hablaba de la importancia de su legado y también de que la música puede mejorarles su calidad de vida.

Góngora organizó además un canto nocturno para recorrer Timbiquí. Les avisó a los amigos que veía en la calle, y ella misma tocó un cununo, instrumento fundamental en el grupo de marimba de chonta.

La siguieron otros músicos, y entre ellos la cantadora Martha Balanta, de 55 años, un ser que cada segundo se gana una milésima de vida.

Hace unos años sufrió un derrame, y en avión la llevaron a Popayán. En la capital caucana le hicieron dos operaciones, pero algo salió mal y de su cabeza salen gotas de sangre. “No he podido volver al médico, porque es en Popayán –cuenta– y me toca levantarme todos los días a buscarme la vida para mí y mis seis hijos”.

Sus ojos, en un momento, pierden el brillo. Pero basta que un canto del Pacífico se le atraviese en la garganta (un alabao, un arrullo) para que tenga una especie de trance y baile y cante sin parar.

 

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Milay Mosquera, de 16 años, toca el cununo como los más grandes y siempre tiene una gran sonrisa para regalar. Fotos: Archivo particular

“Ese es su símbolo de resistencia por todo lo que les pasa”, dice Paola Navia, una antropóloga nacida en Popayán pero criada en Tumaco y que es la cabeza de la Red de Cantadoras del Pacífico Sur.

Su idea nació cuando estaba haciendo su tesis de grado de la Universidad del Cauca. Y ella, nieta y bisnieta de marimberos y constructores de instrumentos, y bisnieta de bailadores de bambuco viejo, empezó a buscar a las cantadoras tumaqueñas para contarles de su trabajo.

“Fue un proceso largo porque hubo que delimitar el tema, pero lo importante es que siempre se habló de un proceso comunitario y de organización, más allá de ellas y su canto con sentido religioso y carnavalero”.

Porque, entre otras cosas, en todo el grupo de marimba lo más importante son las voces y lo que estas expresen, y eso es lo que ahora defienden las cantadoras.

Andar en el Pacífico no es fácil. Hay que desplazarse en avión (de Cali a Timbiquí, Guapi, El Charco, Tumaco, entre otros municipios), o por lancha o barco.

Y los tiempos en estos dos últimos medios de transporte dependen de cómo esté el mar. Y eso no es todo, en barco es más demorado: un viaje Buenaventura-Timbiquí dura 12 horas y se hace de noche.

Pero viajando, haciendo contactos, hablando con amigos, llamando por teléfono fijo (dejando razones para que les avisaran a las cantadoras que se comunicarían con ellas) y celular, Navia las contactó.

Y los lazos se fueron estableciendo. Por eso verlas a todas en Timbiquí, ejerciendo el dominio de su voz, que es su gran instrumento, no solo es un placer para los oídos. Es un alimento para el alma, y ellas lo saben.

Las cantadoras llegaron hasta esta población del Cauca por río, por mar, por caminos. Hay pensionadas, maestras, agricultoras, parteras, sacadoras artesanales de oro, cocineras, víctimas de la violencia…

“Hay mujeres que son madres cabeza da familia, desplazadas. Y con ellas el tema no es solo musical, ellas son patrimonio del Pacífico por todo lo que han entregado”, agrega Navia.

Y sí, en este contexto en el que ha estado inmersa, de la violencia, la lejanía, la dificultad para transportarse y el abandono del Estado, está la Prima Hermana (que así se hace llamar), una de las más fuertes.

Habla duro y canta igual. La vida, se puede pensar, la ha vuelto decidida, crítica, y es de las que no se guardan lo que no les gusta. Pero basta que dé un abrazo para saber que se está al frente de una mujer llena de amor y sabiduría. De un ser de luz.

Beatriz Hernández, de El Charco (Nariño), cuenta que canta desde los 4 años. “Se trata de una conexión que se transmite con el tiempo, porque uno desde que nace canta: en la cocina, por los ríos, mientras siembra. Y cuando se muere, pues lo despiden a uno con cantos”, dice.

Profesora del Instituto Educativo Río Tapaje, Hernández es crítica de la situación del Pacífico colombiano. “Hay muchas amenazas en el territorio: la minería ilegal, que no solo saca los recursos sino que contamina los ríos. Por ejemplo, yo recuerdo que, de niña, abundaba el camarón chumbero, y ya no se encuentra”.

Igual, le duele el tema del desplazamiento que se ha dado en su región. “Sé que en Cali hay un grupo de cantadoras desplazadas que para sobrevivir cantan en las esquinas. Es duro, pero han buscado una forma de subsistencia y conservan las tradiciones de su territorio”, agrega.

A su lado está Milay Mosquera, de 16 años. La joven dejó a todos sin palabras al tocar el tambor, incluso a quienes son considerados los más importantes intérpretes de Timbiquí, que, ante su sabiduría, pararon de tocar para que fuera ella la que llevara a las cantadoras. “Me dijeron que tocaba con los ovarios”, comenta la joven con una carcajada.

“Para ellas, el tema del territorio es muy importante, pero para unirlas y sentir que ahora son un gran grupo, también hemos trabajado el tema del ego. Entonces, en este momento es más fácil que se reconozcan y que se apoyen en distintos temas de sus comunidades”, agrega Navia, quien lucha día a día para conservar su iniciativa, pues es muy difícil conseguir los recursos para seguir adelante.

En esta tarea, bien dura, la acompaña su hermana Kelly, la organizadora, la que habla fuerte, la que revisa el gasto, el polo a tierra de Paola.

Y aunque cada una tiene un trabajo para sobrevivir en su vida familiar, la Red de Cantadoras del Pacífico es su razón de ser.

El último día las Navia estaban muy orgullosas: las cantadoras lucieron sus vestidos para las ocasiones más importantes y grabaron dos canciones: un regalo de Nariño para Cauca y uno de Cauca para Nariño.

Muy feliz estaba Carmen Zambrano Valencia, de Mosquera (Nariño) y que hace parte de la organización Pregones del Manglar.

“Vengo de una madre cantadora, Evelina Valencia, y aunque hemos nacido para morir, nosotras somos las mayores bibliotecas de consulta del Pacífico. Por eso tenemos que llevarles la música a las nuevas generaciones y hacer nuestra resistencia cantando”.

Cada una cogió su camino, con sus sombreros hermosos y su sabiduría. Y se fueron hablando de temas muy serios para su territorio, como el relacionado con el proceso de paz.

Paola Navia las conoce y sabe que son ellas las encargadas de recibir a los hombres que se fueron a la guerra, sin que ninguna entidad les diga algo, sin que los alcaldes de los municipios les pidan ayuda. Es un tema de espíritu y corazón.

“Son sus primos, sus hermanos, sus amigos… Ellas los acogerán y los volverán a incluir en sus comunidades. Todas, por supuesto, esperan que sea para bien, porque en medio de su conocimiento saben que son las controladoras de muchos aspectos, las que impiden que haya más abandono y más guerra en su territorio”, cuenta.

Y es que gracias a que estas mujeres ahora están más empoderadas, ejercen control a través de la música y el baile para que los muchachos no se dediquen a la minería ilegal ni hagan parte de las bandas criminales.
No siempre lo logran, pero un canto suyo sí, definitivamente, puede cambiar una vida.

* Invitación de Manos Visibles y Usaid.

OLGA LUCÍA MARTÍNEZ ANTE
CULTURA Y ENTRETENIMIENTO

Fuente: http://www.eltiempo.com